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El Grand Prix del verano

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El Grand Prix - Cabecera

Hace unas semanas, o quizá algunos meses, un rumor empezó a inundar las redes sociales. Las gentes, ilusionadas, se posicionaron a favor de lo que parecía imposible: que TVE recuperase un programa veraniego consistente en ver a compatriotas de pueblos lejanos darse castañazos, caer al agua, ponerse disfraces absurdos… Finalmente, el ente público decidió no recuperar el Humor Amarillo español; por ello, me parece de justicia hacerle un homenaje al programa que marcó los veranos de mi niñez: “El Grand Prix del Verano”.

Un programa para toda la familia

El Grand Prix - Presentadores

Nótese la diferente indumentaria de los presentadores. ¿Sexismo? ¿Dónde?

En los años noventa, los veranos eran cálidos (como ahora) y largos (para los niños, claro). Por aquel entonces, aún se estilaba eso de reunir a la familia frente al televisor para ver programas de diversa índole, más o menos blancos y con cierto toque humorístico. Así pues, algún directivo de la cadena pensó: “¿y si mezclamos ‘verano’ y ‘familia frente al televisor’?” La idea resultaba prometedora, pero demasiado simple. “¿Y si añadimos unos bolos, troncos giratorios, disfraces de sumo y bailarinas?” Mmm… aún faltaba algo. “¿Y si metemos vaquillas de por medio?” Perfecto. “Si encima lo presenta Ramón García acompañado de alguna chica de buen ver con falda corta, el éxito está asegurado”, pensaron los creativos. Y así fue: un exitazo.

Efectivamente, y como recordaréis, el “Grand Prix del verano” era todo eso y mucho más. Sin embargo, por si alguien no lo ha visto nunca, explicaré que el programa consistía en enfrentar a dos pueblos de menos de 50000 habitantes en una competición, la cual se dividía en una serie de pruebas (físicas, en su mayoría). Dichos pueblos eran debidamente uniformados de color azul y amarillo respectivamente, y eran representados por su alcalde/alcaldesa y por un padrino o madrina, papel éste desempeñado por algún famosete de la época tipo Jacqueline de la Vega o el gran Chiquito de la Calzada.

Algunas pruebas

Las pruebas eran de lo más diverso, aunque algunas alcanzaron la categoría de hito generacional. Aunque fueron cambiando a lo largo de las temporadas en pequeños detalles, fundamentalmente podían dividirse en dos clases: con vaquilla y sin vaquilla. En todos los casos, la prueba venía precedida de un bailecito por parte de las bailarinas del programa, a modo de presentación. Los noventa en estado puro.

Entre las pruebas más famosas que tenían lugar sin que hubiera vaquillas de por medio, encontramos (y esto es sólo una selección, podéis recordar más en los comentarios):

La rampa. Aquí intervenía el cachas de cada pueblo, pues era necesaria una fuerza importante. La prueba consistía en coger una barra de madera y subir una rampa de 15 metros a base de ir encajando el palo (a pulso) en una suerte de soportes, mientras el cuerpo iba arrastrándose por la rampa. En caso de fallar en el anclaje de la barra, el concursante caía y tenía que volver a comenzar. Ganaba el que, tras acabarse el tiempo, hubiera llegado más arriba; si alguno conseguía llegar hasta el final de la rampa, recibía puntos adicionales. Como es más fácilmostrarlo que explicarlo, os dejo un vídeo ilustrativo:

La patata caliente. Una prueba que valoraba los conocimientos (es una forma de hablar) de los padrinos y alcaldes. Ramón García lanzaba una pregunta cuya respuesta fuese un número y los participantes debían tratar de adivinarla, indicándoseles si se habían quedado cortos o se habían pasado. La gracia estaba, claro, en la patata caliente, un globo que se iba inflando con el paso de los segundos. Si conseguían acertar la respuesta, los participantes pasaban la patata (que seguía inflándose) al otro equipo, que tenía que repetir la mecánica. Cuando a algún padrino o alcalde le explotaba la patata quedaba eliminado, ganando la partida el equipo con el último “superviviente”.

El Grand Prix - Troncos

Un buen ejemplo de la peligrosidad de “Los troncos locos”

Los troncos locos. Quizá la prueba más recordada. Los concursantes tenían que atravesar una serie de troncos giratorios ubicados encima de una piscina, intentando no caerse. Cada uno adoptaba una estrategia: mientras algunos optaban por la velocidad y la inercia, otros preferían ir poco a poco, manteniendo el equilibrio. No hace falta que os diga que esta prueba propiciaba al espectador alguno de los leñazos más impactantes del programa, ya que la disposición y la cercanía entre troncos facilitaba las volteretas aéreas y las contorsiones corporales extremas.

Los bolos. Una prueba entrañable, en la que el trabajo en equipo se hacía fundamental. Cada pueblo participaba en ella con un lanzador y con el padrino. El primero, con los ojos vendados, tenía que lanzar una bola atada al techo contra unos “bolos” (concursantes del otro equipo disfrazados) siguiendo las indicaciones del padrino (“¡a la derecha! ¡a TU derecha!”). Cabe decir que los bolos podían moverse lateralmente sobre una pequeña superficie, lo que hacía más difícil el lanzamiento. Ganaba el equipo que más bolos rivales tirase (valía tirarlos de frente o bien con el retorno de la bola por el efecto péndulo). En este vídeo se ve claramente el funcionamiento:

Sin embargo, las vaquillas eran las grandes protagonistas del programa (eran otros tiempos), y por tanto las pruebas en las que aparecían eran muy apreciadas. No puedo olvidar, antes de detallar algunas de las pruebas en las que aparecían, que eran presentadas antes de salir al ruedo de una forma peculiar: Ramón García nos deleitaba con rimas que afectaban a su nombre, mientras en pantalla se nos daban algunos datos referentes a su edad, peso y “aficiones” (de la vaca, claro; de Ramón García nunca supimos cuánto pesaba). Ejemplo real: “Paola, la vaquilla que más mola”.

Normalmente, las pruebas que atañían a las vaquillas solían ir precedidas de alguna parte fuera del ruedo. Me explico: a veces, los concursantes tenían que realizar previamente algunas fases tipo gymkhana (atravesar una cinta transportadora con obstáculos, cruzar una serie de gomas entrelazadas a modo de red, etc.) y, una vez en la plaza, tenían que coger algún objeto (frecuentemente colgando del techo en el centro del recinto), dando tiempo al animal a embestirlos. Por lo general, los contendientes iban disfrazados de manera que su recorrido se dificultase. Los disfraces merecen capítulo aparte: a veces iban de lobos feroces, otras de sumo, a veces de bebés gordos… Sea como fuere, con los disfraces se conseguían dos cosas: amortiguar las caídas y las cogidas de las vaquillas y, por qué no decirlo, dar un toque humorístico a las mismas, complicando que se levantasen del suelo y favoreciendo rebotes de toda índole.

La parte final era, a mi modo de ver, la menos entretenida, pues consistía en algo “serio”: el alcalde, los padrinos y los “cerebritos” de cada pueblo se enfrentaban a tres preguntas de “sí” o “no”. Para darle emoción a la cosa (a veces en las pruebas generales había mucho desnivel entre equipos), el acierto se premiaba con dos puntos, mientras que el fallo restaba los mismos. Es decir, si el equipo A fallaba las tres preguntas y el B las acertaba, el B recortaba nada menos que 12 puntos, todo un mundo.

Así las cosas, al acabar cada temporada tenía lugar la Gran Final, que enfrentaba a los dos pueblos que más puntos hubieran obtenido en el programa en que participaron. El ganador, claro está, sería el vencedor de la edición.

Épocas y la versión infantil: “El Peque Prix”

La época dorada del programa, presentada por Ramón García y una acompañante femenina que variaba prácticamente cada temporada, tuvo lugar entre 1995 y 2005 en TVE. Más tarde, las autonómicas (FORTA) se hicieron con el espacio, dándole las riendas del mismo nada menos que a Bertín Osborne, nuevamente acompañado por una presentadora femenina (Cristina Urgel en 2007 y la triunfita Natalia en 2008-2009).

Ahora bien, hubo una versión paralela al original, “El Peque Prix”. Este programa se emitió los sábados por la mañana en TVE entre 1998 y 2000 (más tarde tendría su versión autonómica, también con Bertín Osborne). La diferencia fundamental es que los protagonistas no eran pueblos, sino colegios, representados por sus alumnos para las gymkhanas y las pruebas de conocimientos, y por los profesores en las pruebas con vaquillas (alguno fantaseó con sus maestros pasándolas canutas…).

Esta versión, mucho menos popular, tiene cierto encanto para mí porque en una ocasión fui de público, junto a mis hermanas. Es lo más cerca que estuvimos del Grand Prix original, que no es poca cosa, aunque descubrimos que la televisión no es lo que parece: estábamos obligados a animar al equipo amarillo, un colegio de Avilés que nada tenía que ver con nosotros (que somos de Madrid). El show business, ya sabéis.

La inolvidable cabecera

Afortunadamente (o no), todos los programas del Grand Prix del verano están disponibles en el archivo de RTVE, aunque yo he evitado detenerme mucho para no desmitificar mis recuerdos. Sin embargo, no me resisto a dejaros la sintonía con la que se abría el programa, en la que muchos reconoceréis el toque del maestro Leiva (sí, el mismo que llevaba el tema musical en “¿Qué apostamos?”). Que lo disfrutéis:

Fuentes

“El Grand Prix del verano” en Wikipedia
Grand Prix del verano.es
“Grand Prix del Verano” en RTVE.es

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